Dormía, no muy plácidamente a decir verdad, porque me tocaba trabajar en pocas horas toda un larga noche. Cuando de golpe comencé a sentir un golpes en la puerta, no eran golpes eran más bien como si alguien arrastrara un puño insistentemente y el condenado no paraba. Y los sentidos se me empezaron a despertar y note ese intenso olor a pintura y me di cuenta que la loca de miera de mi mujer estaba pintando la puerta de la habitación mientras yo dormía.
La odie, la odie con toda mi alma porque la única cosa que hay más desagradable que despertarse con un ruidito molesto es intentar dormir en una habitación con olor a pintura. Pensé en muchas forma de matarla, hasta se me ocurrió llena de rencor salir y pegarle un polvo que sobre la pintura que la dejara lo suficientemente cansada o sucia como para que me dejara dormir una hora más sin joder, nada de romanticismos, pero la casa estaba llena de gente y el nene no tiene porque ser testigo de estas cosas. Así que aquí estoy después de haber trabajado toda la condenada noche, con un terrible dolor de cabeza que no se me fue ni a base de martillazos, puteando a mi amante esposa (a la que por cierto las puertas le quedaron divinas).